martes, 8 de septiembre de 2015

El método formal en los estudios literarios

Este lunes revisamos los primeros dos capítulos de El método formal en los estudios literarios, un texto sobre el que se debate si fue escrito por el teórico ruso Mijaíl Bajtín o por su amigo Pavel Medvedev. En cualquier caso, ambos son ubicados en el postformalismo ruso o círculo de Bajtín.
El método formal en los estudios literarios constituye una propuesta de análisis de la obra literaria desde los postulados marxistas y su concepción materialista de la historia, que involucra una metodología dialéctica (materialismo dialéctico). Desde esta perspectiva, se trataba de construir una ciencia de las ideologías —partiendo del supuesto de que todas respondían a una ley socioeconómica única que iluminaría el estudio de cada área del conocimiento—, la cual abarcaría la religión, la moral, la política, e incluso las ciencias exactas. En este marco, la literatura era concebida también como un fenómeno ideológico que debía estudiarse —al igual que las otras áreas—, en función de los códigos que le eran propios, los cuales sólo se podrían descubrir si se estudiaban las estructuras de las obras literarias y su evolución en relación con los cambios sociales.





En este marco, El método formal en los estudios literarios constituye una dura crítica al formalismo ruso en la medida en que se asegura que los métodos formalistas asumían que la literatura reflejaba de manera directa las ideologías y la realidad social. En contraste, el círculo de Bajtín propone que la literatura tiene una “realidad axiológicamente autónoma”, es decir, que la obra literaria responde a una lógica interna que se deriva de los códigos propios de la literatura entendida como institución (convenciones genéricas, lingüísticas, preceptivas, círculos literarios).  


Es así que la obra literaria “traduce” el mundo en función de sus propios códigos, lo refracta, por lo que no se le puede equiparar a un postulado dogmático y tampoco se puede considerar que lo que se observa en la literatura equivale a la realidad en un momento histórico determinado.
De hecho, según El método formal…, lo que se observa en la literatura es un fenómeno de doble refracción. En primer lugar, la ideología funciona como un lente que refracta la realidad, lo que significa que no percibimos la realidad tal cual es, sino que la vemos a través de nuestra ideología, de nuestras preocupaciones, de nuestra manera particular de ver el mundo. En el caso de un escritor, él, por lo general, no es un ideólogo que ha sistematizado su pensamiento en una doctrina, sino que vive en un mundo de ideologías en movimiento, está inmerso en y condicionado por ellas, y esta imagen refractada que obtiene de la realidad, a veces confusa y caótica, otras veces más cercana a una doctrina —dependiendo del grado de reflexión ideológica que haya realizado el propio escritor y su época—, es la que llega a la obra literaria, que a su vez realiza su propio proceso de refracción por medio de los códigos propiamente literarios. La imagen producto de una doble refracción es la que vuelve a la realidad, para completar el círculo de la comunicación que culmina en la lectura.




Para explicar con más detalle, pongamos un ejemplo cercano a lo que actualmente estudian los estudiantes de tercer semestre. En la Edad Media existieron los caballeros, que era un grupo de guerreros de élite que se encargaba de defender feudos y reinos o de colaborar con la reconquista de territorios invadidos por extranjeros o infieles. Sin embargo, su significado está mediado por las ideologías de manera que la imagen del caballero ya no corresponde exactamente a su referente en la realidad: el cristianismo convertía al caballero en un estandarte y defensor de la cristiandad; los propios caballeros tenían un código de conducta (evidentemente ideológico), que establecía estándares de valor entre ellos y además definía la imagen que proyectaba la caballería ante la sociedad. Dichos ideales, además, estaban en consonancia con una sociedad estructurada a partir de principios nobiliarios: al concebir al caballero como un ser superior, se tendía a reafirmar la estructura jerárquica de la sociedad.

Una vez que el caballero es significado ideológicamente, se convierte en un ideologema. Es decir, es un signo que se lee en función de ciertos códigos ideológicos y, por tanto, ya no equivale a un caballero “real”. Al pasar a la literatura española, el caballero puede representar al mismo tiempo, un ideal cristiano y una afirmación de una jerarquía social, o puede significar sólo uno de esos elementos; pero al ser incorporado a un texto literario, será resignificado. Será incorporado, por ejemplo, a la narrativa propia de la novela de aventuras, de manera que la imagen del héroe aventurero (una forma de figurar a los personajes propia de la literatura) podrá predominar o se imbricará con la de un defensor de la religión; de hecho, como personaje novelesco establecerá una relación amorosa con alguna dama a la que salve en el transcurso de sus aventuras, y ello añadirá nuevos significados al ideologema. Asimismo, adoptará un lenguaje que no responderá predominantemente a la doctrina cristiana (aunque ésta influye en mayor o menor medida), sino a las convenciones lingüísticas propias de la novela de aventuras, sus discursos religiosos o nobiliarios serán subordinados o modificados en función de las necesidades de la intriga, en una situación ficticia. Además, la estructura novelesca, siguiendo las tendencias de la época, tendrá una intención moralizante y eso incidirá en el comportamiento del caballero, en su forma de relacionarse con otras personas y en el destino que le depara la historia. En este último sentido, la intención didáctica incidirá en la forma en que es entendido el caballero, como un modelo (o antimodelo) de conducta, por parte del lector. De hecho, el vínculo entre caballero y dama que establece la novela de aventuras, el del amor cortés, convirtió al caballero en un modelo para la educación sentimental y de esta manera volvió al mundo revestido de nuevos significados.

           Paralelamente, en el texto literario se puede observar un fenómeno de reflejo. Por un lado, en el contenido literario se pueden vislumbrar algunos de los elementos del medio ideológico en el que surge. Es decir que a partir, por ejemplo, de ciertos personajes, de las relaciones que establecen, se pueden advertir valores culturales, conflictos políticos o religiosos propios del contexto en el que la obra fue escrita. Por supuesto, este medio ideológico se presenta de manera intuitiva, no estructurado a partir de una doctrina particular. 

         Por otro lado, la obra también refleja las bases socioeconómicas, es decir, dinámicas sociales y económicas a partir de las cuales está organizada una sociedad, y que frecuentemente se ven proyectadas en la obra literaria, por ejemplo, a partir de las relaciones que se establecen al interior del texto entre distintos tipos personajes y del lugar que cada uno ocupa en el mundo narrado.       

1 comentario:

  1. No te imaginas lo que me has salvado , lo has explicado de la mejor manera muchísimas gracias

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